14 ene 2010

AUSTRALIA IX: el viaje de vuelta

Día 18:
A partir de ahora se mezclan los días y las noches. Los aviones y las largas distancias hacen que las horas vayan adelante y atrás. Y lo de los tobillos y rodillas jode que no veas. Me ofrecen una silla de ruedas en el aeropuerto, pero prefiero no usarla, aunque me tome más tiempo llegar al embarque. Todo bien. Encuentro los flight socks que me sugirió el Dr. James en Noosa. Pero con el cambio de presión en el avión, la hinchazón es imparable y molesta. Una azafata me ofrece de nuevo pedir una silla de ruedas al llegar a Singapur y yo le digo que en realidad no la necesito, que me sentiría incómodo, que no hace falta, pero ella insiste, que "ahora estamos a tiempo, que al fin y al cabo solo le facilitará las cosas, no tendrá usted que estar de pie o andar, con el cansancio y el dolor que implica y no tendrá que hacer colas, pues ambarca entre los primeros...". Y le digo: "Ah, vale, de acuerdo, pues sí, la tomo entonces, muchísimas gracias". Lo que yo no sabía y seguramente tampoco sabía Maria, la azafata de Emirates que me la ofreció, es que me llevarían a hacer unas pruebas, recetar medicación (un médico mayor de Singapur que apenas podía mantener los ojos abiertos al escribir la receta), decidir él si yo podía seguir volando o no —suerte que dijo que sí— y cobrarme ciento y pico de dólares de Singapur por el chequeo y los medicamentos (¡...!). Hay que joderse con los Singapurenses. Me quejé, por supuesto, de buenas maneras, se lo comenté a los de Emirates y pediré al seguro que me lo reponga, pero vivo en España; solo dios sabe el caso que me harán.

El caso es que sigo con el viaje. Los tobillos, que ahora se confunden con los talones en una gran masa redondeada, molestan y entorpecen, pero todo bien, no vaya a ser que me lo cobren. En Dubai efectivamente no me cobraron nada por ello. Vamos llegando a París y la puesta de sol desde el avión es un degradado perfecto de azul oscuro a más claro, a amarillo, a naranja y a rojo fuego. Muy poco después tenemos sobre los asientos las estrellas del planetario, ¡oh!

Llegamos al aeropuerto de París a las 20:30 más o menos y si no fuera porque lo dice clarito el itinerario tendría mis dudas de si estoy en la capital de un país del primer mundo europeo, elegante, exquisito, la ciudad de las buenas maneras, buen comer y buen vestir... Pero lo de limpiar y mantener en buen estado las cositas no parece ser lo suyo, al menos en la terminal 2 del Charles de Gaulle. Lo de sonreir tampoco. Estaba a punto de echarle la culpa a los demás sitios en que son tan amables y amigables, por malacostumbrarme, ¡pero no! Eso no puede ser así. ¿Será cosa de los países latinos? ¿Acaso el precio a pagar por la cultura gourmet? En cualquier caso estoy seguro de que si un día visito la ciudad con algún amigo que la conozca, será otra cosa, como sucede en España.

Diez horitas de trasbordo, por la noche, nada abierto, nada limpio y apenas un enchufe para cargar las iBaterías de mis iCaharritos. Afuera un frío que te cagas, un taxi cuesta alrededor de 40 € (¡olvídalo!) para ir y otros tantos para volver de la ciudad. Las pocas personas que pasan caminando rezan (bueno, dudo que justo estos que veo lo hagan) en la Mezquita... Y hago un double checking de mis papeles para confirmar que es PARÍS en donde me encuentro. El aeropuerto está vacío, solo unos poquitos abandonados merodeamos y nos apertrechamos entre las incómodas, viejas y escasas sillas que hay frente a los mostradores de chek-in, totalmente desmantelados hasta las 04:30 am. Yo encuentro mi sitio y armo mi casita con una silla con rueditas que encuentro por ahí sobre la que subir mis pies descalzos e hinchados, mi equipaje (¡todo!) en un carrito y mi bufanda. Al rato llega un señor que se instala en un asiento próximo al mío y se tumba como puede sobre los reposabrazos; debe estar muy cansado porque ronca bastante... ¡Oh!, debe estar incluso más cansado aún, porque también se tira pedos y no para el cabrón. Y yo con estos tobillos y este equipaje que me complican enormemente el desplazarme. ¡Hay que joderse, con todo el espacio que hay en el aeropuerto!

Bueno, ya falta poquito. A las 04:30 am abren los mostradores de check-in y tras hacer el mío con la mayor de las suertes, pues es una chica majísima la que me atiende y hasta me hace un cambio de grupo para facilitarme el acceso en primer lugar y poder elegir un buen asiento, paso el control 2 horas antes del despegue y resulta que una vez allí no hay baño, ni enchufe, ni cafetería, ni nada que no tenga forma de ventana o silla, así que vuelvo para atrás, pues tú me dirás lo que hago allí durante 2 horas... Veinte minutos antes del embarque (o debo decir "abordaje", por cómo en realidad se hizo?) me dirijo al control y me encuentro con una cola del copón para dos abordajes, pasando por un único escanner. El policía francés ni sonríe ni acelera, todo lo contrario y allí estamos todos oyendo como hacen últimos llamados a los pasajeros de nuestros aviones, la mitad de los cuales estamos fuera. Aquello se hace eterno y al pasarlo todos van a la carrera. Resultado: todos me adelantan y cuando llego al avión están todos sentados en los mejores asientos y me río de lo irónico de la situación. Al menos uno de los azafatos de vuelo es cuidadosamente educado y simpático; eso hace que el viaje recupere su buena cara y llego a Madrid con las piernas jodidas y una gran sonrisa.

¡Gracias, Dani y Ángel, por recogerme en el aeropuerto!





(fotos: Dubai Int'l Airport / Planetarium en avión / Puesta de sol yendo a París / 2 de Aéroport Charles de Gaulle)

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