(fotos: más atardeceres desde mi habitación en casa, en noviembre '09)
Como suele ocurrir, de vez en cuando se me pasan los días acumulándoseme tonterías que entran y salen de mi cabeza y es que "soy tan prolífico", como dice el Stephen King de La Hora Chanante (¡chanante!)... Cualquiera que me conozca cogerá la ironía. El caso es que acaban pasando sin pena ni gloria y ya para qué darles bola.
En el vaivén de las ideas y las prioridades, éstas no paran de despuntar, hundirse y volver a salir una tras otra, como trozos de madera a la deriva en un río durante días y cuando un amigo al teléfono o en un encuentro casual me pregunta por mi vida y "¿qué tal todo?" acabo respondiendo con esa idiotez que siempre me reventó tanto de algunos: "Bien, todo bien...". Sin más.
¿Alguna conversación más estúpida que esa?
Para qué molestarse en molestarle con la trayectoria de tus cosas, que aparecen y que quedan obsoletas al cabo de un rato, que luego resurgen pero con cambios, como si de niño atravesaras un pasillo lleno de estantes de chuches mezcladas y no supieras bien en qué orden pillarlas, de pura glotonería; ¡solo tienes claro que las pillarás todas! Si tan solo de pensarlo a mí mismo me aburre. Pero mi padre siempre ha sabido sobre el disfrute de la conversación, solo por conversar, pero conversar bien. Lo mismo de política que de la familia, el trabajo, las mujeres, de comida, viajes, libros, música, costumbres, de acuerdo y en desacuerdo, da igual, siempre disfruta de la conversación. Él es un maestro en ello, lo digo en serio.
En ocasiones decimos tonterías, solo por estar nerviosos, cosas que no dirías si fueras consciente de como suenan, si estuvieras lúcido y sosegado. Y si se trata de esos nervios que surgen y te la juegan delante de alguien que te gusta, o una noticia que te alegra, un halago, pues todavía se perdona (al menos yo). Luego al recordarlas te ríes, e incluso recién dichas te das cuenta de la estupidez... Todo bien, es hasta bonito. A veces salen cuando no hay nada que decir y otras veces cuando quieres decir una cosa de tantas maneras que los nervios te traicionan y solo escupes un disparate.
Pero de verdad, hay gente que mejor está callada. Cuando en situaciones como una que acabo de tener hace un momento, cosas de trabajo, de resolver, de ser eficaz y aportar soluciones, le dices a alguien: "¿cómo puedo hacerte llegar esto hoy?, ¿o prefieres que lo lleve yo mañana?" y en lugar de darte una straight answer —como dicen los sajones y protestantes—, te salen con un "Ay, si me lo hubieras dicho, lo habría resuelto de tal manera" y ahí queda, concluyente, en silencio, definitiva y absoluta, como si todo lo hubiera resuelto. O peor aún, empiezan a enumerar todas las opciones que habría en caso de haberlo sabido antes y a perder el tiempo detallándolas. Si lo veo en una película, me parto de risa, pero en situaciones de la vida real me apetece decir: "Muy bien (idiota), luego si quieres nos regocijamos en lo que podríamos haber hecho en caso de haberlo sabido antes, pero ahora te estoy preguntando por tus posibilidades de resolverlo ahora, de aquí en adelante, no de aquí a antes".
Si no fuera por lo mal que se siente uno mismo tras soltar una de esas. Ya no tanto por lo que puedas perder con tu soberbia e impertinencia, por ser desagradable, que también pesa. Es que recuerdo como ha quedado de desolado el campo después de decir cosas así de humillantes y el arrepentimiento y la vergüenza no me han dejado en paz durante buen tiempo. Pero dios, ¡a veces apetece tanto decirlo! Y hay varios que lo dicen como salida definitiva y resolutiva.
"Ay, si me lo hubieras dicho antes, conozco a uno que...". "Oh, de haberlo sabido antes, yo acabo de regalar uno que me ocupaba sitio...".
Así que yo les pido a ellos: si no tienes nada que decir, no digas nada. O di solo "pues ahora mismo no lo sé, pero lo averiguaré y te digo algo".
— Cambiando de tema, ¿y qué tal todo?
— Bien, todo bien...
Bueno, excepto que ayer me llevé un desencanto anunciado. Nada grave. Ya hace tiempo me decepcionó el que no me avisaran para un acto que precisamente había yo ayudado a promover (y sobretodo un amigo, representándonos) desde el principio. Un concurso que en sus ediciones internacionales previas pintaba de maravilla, lo necesitábamos en España y un amigo y yo propusimos —pedimos— hacerlo aquí. Lo promocionamos y esperamos nuevas instrucciones e indicaciones de fechas para el siguiente movimiento. Al cabo de un tiempo me enteré por un conocido que me invitaba a ver y/o particiar en uno de la marca tal, en la fecha tal, en el sitio tal y resultó tratarse de aquel mismo, que lo habían montado finalmente pero ¡uy! se les pasó avisarnos (...). Y resultó que allí estuve de mirón. En realidad creo que disfruté de la decepción del evento: soso, falto de carácter, con un nivel alto por algunos pero mediocre por otros (y eso en un concurso de ese calibre no se acepta). Por un lado me resultó injusto y de mal gusto no estar en él, pero por otro me alegró poder irme al aburrirme sin ningún problema y tan contento.
De despedida, dejo aquí un relato de mi amigo Tano, dedicado a los bartenders y los aficionados al whisky.
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