Un día, mientras un primo de mi madre corría en un maratón y fuimos todos a animarle —yo tendría 7 años— jugaba con un globo de helio que me regaló mamá (qué de regalos, ahora que lo pienso, sumándolo al trenecito!). Me hacía muchísima ilusión... Cómo podía algo ser tan bonito y que si lo soltaba volara y pudiera llegar al cielo! Desde luego no quería que se me fuera.
Entre paseos y juegos, sabía que lo tenía bien agarrado hasta que de repente, al pasar un adulto gesticulando con sus brazos, se enganchó en el cordelito y el globo se me soltó de la mano y empezó a subir sin yo poder hacer nada para rescatarlo. Solo podía ver cómo se iba, como me abandonaba y se alejaba, perdiéndose entre los rayos de un sol de pleno mes de julio en un parque de Boston... Cuando llegué a donde el resto de adultos, triste y con mi evidente congoja, a alguno no se le ocurrió más que regañarme por no tener el globo!
Era yo el que realmente estaba jodido por la pérdida y tenía que aguantar encima que el viejo de mierda ese me hiciera sentir culpable... Me dio tanta bronca!
Aún hoy en día me da coraje que me recriminen por perder algo que también a mí me han quitado sin querer perderlo.
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